Mañana cumpliré 60 días sin fumar. Mi pesadilla con el tabaco empezó bien jovencita, no recuerdo la edad para ser exactos. Creo que mis primeros cigarrillos fueron entre los 11 y los 12 años, eran esporádicos, robados furtivamente del paquete de Fortuna de mi padre. Él empezó a los 7 años y hoy, con 67, todavía fuma un paquete diario.
A los 15 años conocí a una chica en el instituto. Hicimos buenas migas. Nuestro secreto mejor guardado era la cajetilla de tabaco que compartíamos cada semana. Fumábamos a escondidas y nos divertíamos con ello. De repente, con 16 años, tuve una experiencia religiosa. Quise ser monja y no va de coña. Eso me da para otro post. Por lo que respecta al tabaco, lo dejé completamente. Estaba tan convencida que llegué a pensar que fumar era pecado. Dios mío!!! Nunca mejor dicho. Lo peor de todo es que rompí con mi amiga. A mis ojos, infectados de fe, ella era la inductora del pecado. Por supuesto, jamás entendió porqué lo habíamos dejado.
Con 17 cambié de instituto. Allí volví a encontrarme con alguna amigas de la infancia. Con ellas empezó la época de los excesos. Alcohol, tabaco y otras sustancias. Yo no abusé de nada, pero me enganché al tabaco. Ellas, más afortunadas, lo dejaron todo y adoptaron unos estilos de vida modélicos en todos los sentidos. También rompí con esas amigas, nuestros caminos se distanciaron demasiado.
Universidad, nuevos amigos, mi primer noviete, mi primer trabajo.... En todo me acompañó el tabaco. También cuando conocí a mi marido. Por entonces yo fumaba Fortuna mentolado (argg). Mi chico se me acercó y me pidió uno para probarlo. Yo pensé: !mierda! !será gorrón! Luego nos convertimos en amigos... amantes... fumadores de cigarros compartidos...
Desde entonces, hasta los 31, he fumado mucho, con ansiedad, a veces de forma enfermiza. No soportaba la idea de quedarme sin tabaco. Siempre llevaba 2 o 3 mecheros en el bolso, porque me daba vergüenza pedir fuego. Llegué a pensar que nunca sería capaz de viajar a Nueva York porque me parecía imposible aguantar 8 horas sin fumar.
Sin embargo, había una cosa que tenía muy clara: no empezaría a buscar un hijo hasta que no consiguiera dejar de fumar. Detestaba la idea de imaginarme embarazada y con un cigarro en la boca. Y ese es el motivo por el que he dejado de fumar.
Apaqué mi último cigarro, junto con mi marido (también exfumador), el 30 de octubre de 2010, sobre las 10.30 de la noche. Desde entonces hasta hoy reconozco que he tenido momentos duros. El tabaco está presente en casi todos los ámbitos en los que me muevo. Pero tampoco me está resultando tan difícil como esperaba.
Desde luego, nada es imposible si uno se lo propone y yo tengo un motivo.