martes, 18 de octubre de 2011

Como Carl y Ellie


Cuando una pareja intenta sin éxito concebir un bebé son muchos los interrogantes que van surgiendo en el camino. Es habitual que un miembro de la pareja, quizás ambos, se dejen llevar por pensamientos negativos recurrentes: nunca lo conseguiré, ¿por qué he esperado tanto para tomar la decisión de formar una familia?, todas mis amigas son madres o ya van a por el segundo, etc.

Cuando el pensamiento negativo se impone, la pareja trata de refugiarse en las actividades cotidianas (el trabajo, las tareas domésticas, los momentos de ocio...). Todo el mundo les anima a relajarse, a olvidarse del tema, a darse un viajecito romántico porque ... "quién sabe, igual te pasa como a mi prima, que tras tres años de búsqueda, cuando consiguió relajarse se quedó de forma natural en el transcurso de un viaje". ¿Quién no ha oído algo parecido?

A pesar de esforzarse en relajar su deseo de ser padres, la pareja protagonista no consigue evadirse. Ella tiene que tomar, por prescripción ginecológica, un par de medicamentos que pueden facilitar la implantación. Ahh, también tiene que tomar ácido fólico, porque es vital para el desarrollo del tubo neural del embrión. Y después de un año tomando dichas pastillas, ella resignada vuelve mes tres mes a la farmacia, no vaya ser que justo este mes se quede embarazada. Anota la temperatura basal para comprobar que su cuerpo sigue ovulando de manera regular y procura hacer todo lo posible por cuidarse y comer de forma sana por si acaso su cuerpo consigue concebir un bebé.

Él es un hombre muy ocupado. Trabaja duro por las mañanas y dedica las tardes a estudiar y formarse para cumplir su sueño de acabar una carrera universitaria. Es un hombre cariñoso, que siempre quiso tener hijos, con un encanto especial para tratar con los niños. Él siente impotencia cuando observa a su vecino, un joven de 24 años, que consciente o accidentalmente acaba de ser padre, y que prefiere pasar la tarde entera jugando con sus amigotes a la playstation mientras otros cuidan a su hijo.  Su vecino se está perdiendo unos momentos maravillosos, esos que nuestro protagonista está dispuesto a vivir aunque tenga que cogerse menos asignaturas para el próximo curso o aunque tenga que renunciar a los trabajos extra que le ofrecen. Se muere porque llegue el día de llegar a casa y coger en brazos a su hijo, comerse a besos a su esposa y disfrutar de la familia con la que siempre ha soñado.

Son una pareja madura, sólida y estable, se sienten preparados para criar y educar a un hijo que se resiste a llegar. Y se sienten frustrados, a veces incomprendidos. Le dan vueltas a la cabeza para tratar de pensar qué van a hacer en un futuro si siguen así. 

Han valorado otras opciones para formar una familia. La reproducción asistida ofrece, afortunadamente, esa posibilidad a muchas parejas que no logran concebir de forma natural. También han valorado los diferentes procesos de adopción nacional e internacional para llegar a la conclusión de que quizás ese es su destino. 

Hoy por hoy, esta pareja se siente fuertemente unida y su mayor sueño es envejecer juntos y disfrutar de la vida, porque son conscientes de la suerte que han tenido al conocerse. Como Carl y Ellie...

Up, 2009.

Dedicado a Papá mimoso: t'estime!

lunes, 10 de octubre de 2011

Vengo del paro y... estoy satisfecha

Me parece muy fuerte decir esto en los tiempos que corren pero, sí, lo digo, vengo contenta de la oficina del paro. Os conté en la anterior entrada que estaba muy preocupada por cómo se iba a resolver mi contrato. Como os contaba, mi jefe no es trigo limpio y no me fiaba de cómo iba a realizar el despido. Tras una semana detrás de él, por fin conseguí reunirme con él para hablar del tema. 

Yo tenía todas las de ganar. Tenía en mis manos un contrato indefinido, en el que se especificaba el sueldo y la jornada completa. Para pasar a cobrar la mitad- como él pretendía- me tenía que despedir y hacerme un nuevo contrato que yo, lógicamente, no estaba dispuesta a firmar. Yo me temía que a mis espaldas hubiera tramitado mi baja, pero afortunadamente se esperó hasta hablar conmigo. 

Me expuso dos opciones: luchar por los 45 días de indemnización por despido improcedente (el máximo) o conformarme con 20 días por año trabajado (la indemnización mínima). Yo sabía que la primera opción era mi derecho, ya que el despido era totalmente improcedente, pero tal y como me lo planteaba me estaba forzando a ir a juicio para conseguirlo. La empresa, lógicamente, iba a plantear causas de despido objetivo, ante lo cual íbamos a entrar en una dinámica muy fea, en la que seguramente yo tenía todas las de ganar, pero pocas ganas de enfrentarme a ello. 

De modo que se salió con la suya. Firmé la segunda opción con el compromiso, por parte de él, de pagarme la indemnización en menos de una semana. Esto último no haría falta plantearlo en una empresa normal. De hecho, lo lógico es que te paguen en el mismo momento de firmar el despido. Pero mi jefe fue capaz de pagarme la indemnización del anterior despido improcedente poco a poco. En fin, para darle de comer aparte. 

Él me asegura que si hubiera podido seguir pagándome lo mismo no hubiéramos llegado a esto, porque estaba muy contento conmigo y bla bla bla. Yo, por mi parte, como tenía ganas de acabar en este trabajo, pues no quería ofrecer mucha resistencia. Total, que hemos quedado como amigos. Yo le he buscado una persona competente para ocupar el puesto que dejo. Se trata de una estudiante de Periodismo a la que conocí en el ayuntamiento mientras ella hacía las prácticas y a la que tengo bastante cariño. Para ella, un trabajo a media jornada antes de acabar los estudios es una muy buena oportunidad. Yo me quedo tranquila, sabiendo que el periódico se queda en muy buenas manos. Mi jefe también está contento. Quiere mantener el contacto conmigo, para redactar algo de forma esporádica y para, quién sabe, ofrecerme trabajo si necesita ampliar la actividad (je, je, esto lo dudo bastante). 

Bueno, una vez resuelto esto, aún tenía que ir al paro para solicitar la prestación. He ido esta misma mañana, cargada de papeles y con enchufe directo. El mejor amigo de mi ex-jefe trabaja en la oficina del paro y me ha atendido sin cita previa. Me sabe muy mal colarme, porque no me gusta que me lo hagan a mí, pero no dispongo de mucho tiempo por las mañanas, con tanta clase de inglés (ya os lo contaré en otro post). De modo que me he colado, sí, lo reconozco y lo siento por la gente que ha tenido que esperar a pesar de haber llegado mucho antes que yo. 

Bueno, ha habido un pequeño momento de pánico. Resulta que mis tres primeros contratos fueron a tiempo parcial. El primero, con una radio, el segundo, con el ayuntamiento, y el tercero, ya en la actual empresa. Bueno, pues resulta que en el primer contrato no especificaba que mi horario era de lunes a viernes, y se ve que eso es importante para calcular los días cotizados. No sé. La chica que me ha atendido me pedía que fuera a la empresa a pedir un justificante. Y ahí me he puesto mala. Resulta que acabé bastante mal en ese trabajo. Tanto que pedí la baja voluntaria, y no me apetecía nada tener que volver a pedir algo. 

Al final resulta que no ha hecho falta. Sumando todos los días cotizados en los trabajos posteriores me salían más días de lo necesario para lograr la prestación de 24 meses. De modo, que casi he dado un salto de alegría. 

Me parece contradictorio estar alegre por estar en el paro, pero ahora mismo es lo único que puedo sentir. Ya tendré tiempo de comerme el coco y de preocuparme por buscar un nuevo empleo. Se supone que ahora debo esperar a que me envíen una carta reconociéndome la prestación. ¿Sabéis si tarda mucho en llegar? 

Un abrazo.